Hace ya más de un año escribí una entrada en este blog intentando explicar la diferencia entre la situación de Libia y la de Siria. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
Es innegable que el conflicto sirio ha sufrido una seria escalada hasta el punto de llegar a leerse en la prensa titulares del tipo "la ONU ya habla de guerra civil en Siria". La extremadamente violenta represión de las manifestaciones en contra del régimen de Assad no sólo no consiguió acabar con éstas, sino que favoreció el incremento de la insurrección. Poco a poco, la llamada resistencia siria ha ido organizándose y recibiendo apoyos externos hasta el punto de que hace pocas semanas, en una conferencia celebrada en Estambul, 83 países reconocieron al rebelde Consejo Nacional Sirio (CNS) como representante del pueblo sirio.
En este tiempo, Kofi Annan, antiguo Secretario General de Naciones Unidas, fue enviado a la zona para intentar encontrar una solución diplomática al conflicto. El plan de Annan consistía en un alto el fuego, el envío de una misión de observadores de la ONU (para verificar que ambas partes cumplían con el alto el fuego) y la elaboración de una hoja de ruta hacia una transición democrática que incluía la celebración de unas elecciones. El mismo Annan ha reconocido el fracaso de esta tentativa.
Tras este fallido intento, que no ha sorprendido a nadie, de encontrar una solución diplomática al conflicto, resulta obligado preguntarse por qué no se realiza una intervención armada como la que se realizó en Libia, más ahora que una de las partes en el conflicto (CNS) lo ha pedido al Consejo de Seguridad y que la opinión pública parece favorable a que se lleve a cabo. Creo que los argumentos que dí en mi anterior entrada siguen siendo válidos, especialmente el de la reticencia rusa. Pero a ellos hay que añadir el deterioro económico que sufren las potencias que podrían hacer algo, el mismo deterioro económico que ha acelerado los planes de repliegue de tropas tanto en Iraq como en Afganistán. Quizás, puede que también exista cierto temor a una radicalización islamista en la región -no olvidemos que los Hermanos Musulmanes han ganado las elecciones egipcias-.
Sin embargo, ha habido una jugada inesperada en el tablero de ajedrez sirio: el supuesto derribo por parte de Siria de un caza turco en espacio aéreo internacional. La búsqueda de un pretexto para iniciar una confrontación armada ha sido un recurso ampliamente utilizado en el arte de la guerra desde antes de que Atila lo empleara para asolar el Imperio romano hasta nuestros días.
El avión turco derribado introduce un nuevo actor en este escenario, la OTAN, a la que coloca en una situación delicada ya que si se prueba -y se acabará probando- que Siria ha derribado efectivamente este aparato en espacio aéreo internacional, esta acción puede ser considerada como un ataque contra un Estado miembro, obligando a la Alianza a tener que responder.
Pero, ¿y si este supuesto nuevo problema es la solución? Turquía, un Estado de población musulmana, con un potente ejército, sin la asfixia económica del resto de los Aliados, con aspiraciones en la región y con el apoyo de la OTAN. Parece el candidato ideal para una intervención y, por azares del destino, se la ha brindado un pretexto para hacerlo. Y lo mejor es que sería fácil amparar en el Derecho internacional la posible respuesta turca y de la OTAN, privando a Rusia de la posibilidad de vetar la acción en el Consejo de Seguridad de la ONU. Curioso, ¿verdad? Aunque posiblemente me equivoque.
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