Retomando el hilo de las últimas reflexiones del post de ayer y ante el anuncio de Dinamarca de restablecer sus fronteras con Francia y Alemania, argumentando la lucha contra el aumento de la criminalidad, creo que es hora de preguntarse hacia dónde se está dirigiendo la Unión Europea.
En mi opinión, el proceso de construcción europeo afronta a día de hoy varios y difíciles retos. En primer lugar y como comentaba ayer, la crisis de los inmigrantes tunecinos ha provocado la apertura de un tenso debate en torno al espacio Schengen. Francia e Italia, con el apoyo de Alemania y de España -nosotros siempre dando el visto bueno a todo lo que salga de París- han puesto contra las cuerdas a la Comisión Europea en este asunto. Precisamente, hoy se reúnen los Ministros del Interior de los 27 para debatir la propuesta hecha por Bruselas de facilitar la reintroducción temporal de los controles fronterizos intracomunitarios. Aunque todos están de acuerdo en declarar que la finalidad de todo esto es fijar unas normas claras que delimiten las circunstancias en que estos controles puedan ser restablecidos, no lo están tanto en lo referente a cuáles deben ser tales circunstancias y quién debe ser el encargado de apreciar si se dan o no. La Comisión, quizás tratando de salvar los muebles, defiende que dicho control ha de ejercerlo la UE, mientras que Francia defiende la tesis de que la gestión de las fronteras ha de ser una competencia nacional o, en otras palabras, que debe ser cada gobierno nacional el encargado de valorar si se dan o no las circunstancias para el restablecimiento de las fronteras.
En cualquier caso, la simple apertura de este debate ha supuesto una brecha en la unidad europea que los partidos de ultraderecha que han proliferado por toda Europa -segunda dificultad a la que se enfrenta la construcción europea-, no tardarán en aprovechar, tal y como lo ha demostrado el anuncio del ejecutivo danés, basado en una iniciativa de sus socios, el Partido del Pueblo Danés, de extrema derecha.
El último reto, y no por ello menos importante, está en la desconexión de facto entre la ciudadanía y las instituciones europeas. El ciudadano de a pie ve la Unión Europea como algo totalmente lejano a él, algo que sólo sirve para que los políticos denostados en sus países de origen tengan algo en lo que entretenerse. Y es esta lejanía y esta percepción lo que está facilitando el calado de los discursos populistas entre la gente, porque, siendo totalmente sinceros, ¿qué subyace tras este ímpetu por recobrar el control de las fronteras? Pues ni más ni menos que la crisis económica actual y el mensaje manido de que la inmigración roba puestos de trabajo y es un foco de delincuencia. De hecho este debate en torno a Schengen, que esconde en sí uno más profundo sobre la misma unidad de Europa (veremos si no sale a la palestra en caso de que sean necesarios más rescates financieros), me recuerda -salvando las distancias- a las actitudes proteccionistas que se tomaron en la mayor parte de los países europeos durante la crisis que siguió al Crack del 29.
En conclusión, la UE parece estar tomando una senda preocupante que la aleja del ideal último de la integración política, quizás acercándola a un fin muy distinto. Y todo esto ante una ciudadanía ajena, inconsciente de los escasos beneficios que le podría reportar la pérdida de todo lo conseguido hasta ahora en el proceso de construcción europea.
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