Como adelanté en la entrada del martes, ayer Barack Obama desgranó en un extenso discurso cuáles van a ser los nuevos principios rectores de la política estadounidense en relación con Oriente Medio y el norte de África. Después de los recientes acontecimientos en estas zonas, la verdad es que se trataba de un discurso muy esperado . En él habló del apoyo a los movimientos democráticos en la región, de la necesidad del cambio, y de la obligación de poner fin al conflicto árabe-israelí. En cuanto a contenidos lo cierto es que no hubo demasiadas sorpresas. Así pues, ¿qué ha tenido de novedoso este discurso? En mi humilde opinión, dos han sido las novedades introducidas:
La primera la podemos encontrar en la aproximación o el enfoque dado al tema del apoyo a los movimientos surgidos en el mundo árabe exigiendo reformas democráticas en sus países. Parece que Obama ha visto en ellos una buena oportunidad para lavar la imagen de EE. UU. y recuperar la credibilidad como Estado promotor y defensor de la democracia en el mundo. Y lo ha hecho en primer lugar afirmando que los intereses americanos no son hostiles a las esperanzas de los pueblos, o lo que es lo mismo, afirmando que no van a apoyar figuras dictatoriales aunque éstas estén a favor de los intereses políticos y estratégicos estadounidenses. En segundo lugar, reconociendo errores como Irak y afirmando que la democracia no puede venir impuesta desde fuera por la fuerza (¿estará intentando justificar de esta manera que no haya una intervención terrestre en Libia?). En tercer lugar, dando serios toques de atención a los regímenes de Yemen y de Bahrein (a pesar de que este último es la sede de la 5ª Flota norteamericana). Y en cuarto lugar, bajando del plano de las buenas intenciones al de los hechos, anunciando una batería de ayudas financieras y de apoyo a la inversión y creación de empresas y riqueza tanto para Túnez como para Egipto.
Sin embargo, estas buenas intenciones parten ya con un déficit de credibilidad. En ningún momento Obama ha nombrado a Arabia Saudí (a no ser que tomemos las declaraciones hechas a favor del reconocimiento de la plena igualdad de derechos de la mujer como una referencia indirecta al reino saudita). Asimismo, dentro de los toques de atención dados a los regímenes de la zona, se encuentra un curioso ultimátum a Bashar al Assad, el presidente sirio, al que le ha dicho que debe escoger entre liderar la transición democrática o quitarse de en medio. No entiendo que todavía le dé una oportunidad a alguien que ya a tomado una opción clara: reprimir a su población con tanques y tiros.
La segunda novedad del discurso de Obama la encontramos en la referencia al conflicto árabe-israelí. El presidente norteamericano le ha dicho claramente a su amigo y aliado que el statu quo existente es insostenible, que es necesario iniciar (una vez más) un proceso de negociación que culmine en la creación de dos Estados y que las bases para iniciar ese diálogo han de ser, por un lado, el reconocimiento de unas fronteras que permitan la creación de un Estado palestino viable y, por otro, garantizar la seguridad de Israel. Hasta aquí nada que no hayamos oído ya. La novedad radica en que, por primera vez, EE. UU. le está diciendo a Israel que la base para negociar es su vuelta a las fronteras de 1967, lo que implica su retirada de gran parte de los territorios ahora ocupados. Obviamente, esta posición, que ya ha sido apoyada desde Europa por Francia, Alemania y Polonia, no ha sentado demasiado bien al ejecutivo hebreo que ha contestado rápidamente que las fronteras de 1967 son indefendibles. Pero no todo han sido jarros de agua fría para Israel, también ha habido para la Autoridad Nacional Palestina y es que Obama ha criticado las intenciones de su presidente, Abu Mazen, de acudir en septiembre a la ONU para tratar de proclamar de manera unilateral la creación del Estado palestino. También ha criticado el acercamiento de Al-Fatah (la organización de Abu Mazen) a Hamas, dado que estos últimos se niegan a reconocer el derecho de Israel a existir, lo cual es un obvio inconveniente para poder entablar unas negociaciones en las que uno de los puntos clave es la seguridad del Estado judío.
La presión o no que ejerza a partir de ahora la Administración estadounidense para poner, por fin, un final al conflicto entre palestinos e israelíes será un buen termómetro con el que medir la autenticidad del compromiso declarado con la democratización, la paz y la estabilidad en la zona. De momento, parece que existe la voluntad de hacer las cosas una manera distinta. Ya veremos en qué se queda.
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